Una foto vale más que mil palabras. Estamos en Addis Abeba en 2019. Exceptuando al anfitrión africano de la primera fila, posan en la foto 39 diplomátic@s españoles, 7 de ell@s mujeres. Mal empieza este post, no llegan al 18%. Pero sigamos contando. Si quitamos de la foto a los altos cargos desplazados desde Madrid (entre ellos 2 mujeres) nos quedan los 28 Embajadores que España tiene desplegados en el continente africano, 5 de ellos mujeres. ¡El mismo porcentaje cercano al 18%!
La presencia real de la mujer en la diplomacia española se sitúa actualmente en el 26%, después de haber experimentado un crecimiento sostenido y gradual desde el advenimiento de la democracia a nuestro país. Su número se duplicó en la década de los noventa (del 6,21% en 1990 al 13,48% en 2000) y todo hacía prever que se alcanzaría la paridad rápidamente. Pero desde entonces ese crecimiento ha sido marcadamente más lento que en la década anterior. Está próximo a duplicarse de nuevo en 2020, pero ha precisado para ello de dos nuevas décadas, la última con una marcada desaceleración desde 2015 y un estancamiento del número de nuevas incorporaciones de mujeres a la Carrera, estabilizado desde entonces en el 31%. Al ritmo actual, lograr la paridad - o al menos que el 40% de los puestos de la Carrera estén ocupados por mujeres - necesitará al menos de una larga docena de lustros.
Si comparamos esta situación con la de otras Carreras, históricamente también muy masculinizadas, vemos que éstas se están feminizando muy rápidamente. Usando de nuevo las cifras de ingreso por oposición, vemos que en las últimas promociones las mujeres copan el 80 % de los aprobados al Registro, el 54 % a Notarías, el 52% a la Carrera Judicial y el 60% a la Abogacía del Estado...
Se ha dicho que la principal causa de su bajo nivel de presencia actual fue el retraso de la incorporación de la mujer a la Carrera diplomática. Pero ésta tuvo lugar en 1964 y a la Carrera Judicial en 1966. ¿Cual es entonces el motivo de esa diferencia tan marcada en presencia y tendencias actuales entre ambas Carreras?
No es desde luego la discriminación. A la Carrera Diplomática hay igualdad de acceso, se puede presentar cualquier mujer, de cualquier edad y condición, a condición de que tenga la nacionalidad española y una titulación universitaria, sea licenciada en filosofía, medicina, derecho o física nuclear.
Tampoco es el proceso de selección. Los tribunales de oposición están compuestos por hombres y mujeres, y éstas también los presiden. Y en todos ellos, desde principios del presente siglo, se tiene muy en cuenta la perspectiva de género.
Y durante su Carrera una mujer diplomática asciende y concursa a los sucesivos puestos por antigüedad y por méritos propios, sin depender - como ocurre en otros países - de un superior que la reclame en un buen puesto y acelere su progresión en el escalafón. Numerosas Ministras, Secretarias de Estado, Subsecretarias, Directoras Generales y Embajadoras nos demuestran que los altos cargos les son también accesibles, y además en estos casos, tratándose de nombramientos políticos - que no es lo mismo que politizados - es más fácil alcanzar intencionadamente una cierta paridad.
¿Cual es entonces el motivo? ¿El de que esta Carrera resulta poco atractiva para la mujer? Es verdad que desde la crisis de 1992 esta peculiar profesión ha ido perdiendo su glamour, que las condiciones de trabajo se han vuelto más difíciles y que los medios se han hecho mucho más escasos. Pero esa pérdida de atractivo es para tod@s. Esta es una carrera eminentemente vocacional, nadie aguanta una vida de caracol con la casa a cuestas y mudanzas con toda la familia cada cuatro años de media para representar y trabajar por España en un medio extraño, en ocasiones hostil y peligroso, si no tiene muy clara su dedicación absoluta a este tipo de vida. Y es muy raro que este último se acepte y se comparta fácilmente y sin traumas por quienes te acompañan, sean tu compañer@, tus hijo@s o tus propias soledades.
Por todo ello, quizás sean dos los motivos reales de la relativamente baja participación de la mujer en la diplomacia española, ambos centrados en que esta profesión no le resulta especialmente atractiva . La dificultad para conciliar es claramente uno de ellos, dificultad que puede darse en el caso de cualquier otra funcionaria del Estado sujeta a movilidad, pero que al producirse en el propio país no supone los mismos sacrificios y esfuerzos de adaptación que al cambiar de continente.
La segunda causa es muy probablemente la pervivencia del juego tradicional de roles. Para una mujer es muy difícil encontrar un compañer@ que le siga de puesto en puesto, abandonando en la mayor parte de ocasiones su propio trabajo para convertirse, también en la mayoría de los casos, en consorte doméstico, dado que es prácticamente imposible que un cónyuge de diplomático pueda ejercer una actividad profesional en el país de destino de su mujer. Creo que ahí puede estar la verdadera razón de que opositar a esta Carrera no se haya popularizado más entre las estudiantes que concluyen su ciclo universitario a pesar de los esfuerzos divulgativos.
Soluciones mágicas no hay ninguna. De existir se habrían aplicado hace tiempo. Pero sí podemos insistir en dos premisas: es necesario mejorar las condiciones de trabajo y de vida de nuestros funcionarios en el exterior de forma que se pueda conciliar mejor la actividad laboral con una vida familiar decente, y debemos también ayudar a que concluya la discriminación de hecho que sufren los cónyuges de esos funcionarios, que se ven privados de perspectivas profesionales, de su derecho al trabajo, de cotizar y de generar una pensión decente. Resolviendo ambas cuestiones no dudo en que pueda incrementarse la presencia de nuestras mujeres en este importante sector de la función pública española y lograr la deseada paridad.
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