Zoe

jueves, 17 de junio de 2010

"Risitas" en el Khana Kazana



Con su pajarita siempre torcida, nos recibe con la mejor de sus sonrisas y se acuerda de nuestras marcas favoritas de cerveza antes de sentarnos a la mesa. Amable, atento, es el alma del Khana Kazana, un restaurante indio cutre-cutre, con un comedor que recuerda a una sala de fiestas en Mongolia oriental, pero donde se degusta la mejor cocina india de este país y parte del extranjero.

Como entrada unas patatitas cocidas y horneadas en una salsa de cilantro y guindilla verde, acompañadas de una ensalada de cebolla y tomate que puede abrasarte la boca y hacerte moquear lo que no está escrito. 


Otra entrada muy socorrida consiste en unos pastelillos de patata y verduras con cilantro,especias y almendras tostadas que pueden degustarse con una salsa agridulce.





Todo seguido de un arroz basmati salteado con comino y guindilla, unos naan de ajo y un buen currie de carne o pescado, o como hoy, de una langosta al horno tandoori, sabrosa y jugosa a placer.



Con esta manduca entran un par de cervezas como si nada, que se alargan hasta el pago de la cuenta, hecha a mano, a ojo, sin IVA y que no llega por persona a lo que nos costaría el menú del día en un bareto de Madrid.

A la hora del almuerzo este peculiar restaurante está practicamente vacío, lo que personaliza el trato y agiliza la comanda, que es preparada en unas grandes parrillas y hornos de leña en 
el exterior. Además de nuestro amigo "Risitas" otros dos camareros, más jóvenes - aprendices les llama él, jactándose de ser su jefe - sirven las mesas, mientras un grupo de indios, que deben ser los dueños o los encargados del local y demás familia, vigilan el negocio con aire altivo y desconfiado.


Después de esta experiencia toca indefectiblemente una buena siesta, echando de menos que una discípula de Brahma, dios creador del universo en el santuario hindú, nos arrulle con canciones védicas de Baratha acompañada de su vina saraswati. Que poco haría falta entonces para sentirse reencarnado.

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