Con su pajarita siempre torcida, nos recibe con la mejor de sus sonrisas y se acuerda de nuestras marcas favoritas de cerveza antes de sentarnos a la mesa. Amable, atento, es el alma del Khana Kazana, un restaurante indio cutre-cutre, con un comedor que recuerda a una sala de fiestas en Mongolia oriental, pero donde se degusta la mejor cocina india de este país y parte del extranjero.
Como entrada unas patatitas cocidas y horneadas en una salsa de cilantro y guindilla verde, acompañadas de una ensalada de cebolla y tomate que puede abrasarte la boca y hacerte moquear lo que no está escrito.
Otra entrada muy socorrida consiste en unos pastelillos de patata y verduras con cilantro,especias y almendras tostadas que pueden degustarse con una salsa agridulce.
Todo seguido de un arroz basmati salteado con comino y guindilla, unos naan de ajo y un buen currie de carne o pescado, o como hoy, de una langosta al horno tandoori, sabrosa y jugosa a placer.
Con esta manduca entran un par de cervezas como si nada, que se alargan hasta el pago de la cuenta, hecha a mano, a ojo, sin IVA y que no llega por persona a lo que nos costaría el menú del día en un bareto de Madrid.
A la hora del almuerzo este peculiar restaurante está practicamente vacío, lo que personaliza el trato y agiliza la comanda, que es preparada en unas grandes parrillas y hornos de leña en
el exterior. Además de nuestro amigo "Risitas" otros dos camareros, más jóvenes - aprendices les llama él, jactándose de ser su jefe - sirven las mesas, mientras un grupo de indios, que deben ser los dueños o los encargados del local y demás familia, vigilan el negocio con aire altivo y desconfiado.

el exterior. Además de nuestro amigo "Risitas" otros dos camareros, más jóvenes - aprendices les llama él, jactándose de ser su jefe - sirven las mesas, mientras un grupo de indios, que deben ser los dueños o los encargados del local y demás familia, vigilan el negocio con aire altivo y desconfiado.
