Estamos en plena Semana Santa, que a un cafre sectario (lo más peligroso que se puede hacer en esta vida es dar una pistola a un babuino) se le había ocurrido llamar "los idus de primavera" en el nuevo calendario escolar de su comunidad autónoma, pero fracasó miserablemente en el intento. Bueno, repito, estamos en Semana Santa y se me ha ocurrido hacer torrijas. Las de toda la vida y con los ingredientes de siempre, pero esta vez con un añadido recomendado por mi venerado Salvador Gallego, el vino de Pedro Ximén(ez), esa joya enológica y también culinaria que solo existe en nuestro país y que deja chicos a todos esos vinos dulces,llamados de postre, de vendimia tardía, abocados o vinos de licor que pueblan el planeta, de Austria a Portugal pasando por Sudáfrica.
Bueno, pues ya saben, cortar en gruesas rebanadas, si se quiere al bies para que salgan mayores, una barra de pan grandecita y más ancha que una baguette, y guardarlas para el día siguiente (así nos evitamos que la mitad de las rebanadas se nos rompan al cortar el pan ya seco y poner además todo perdido de migas).
Poner a cocer medio litro de leche con dos palos de canela y dos cucharadas soperas de azúcar, mezclar bien dar un hervor y dejar enfriar hasta que temple. Poner las rebanadas en una fuente, regarlas con la leche y dejar que se empapen un buen rato, dándoles una vez la vuelta con mucho cuidado.
Batir dos o tres huevos - depende del número de rebanadas que hayan salido - con dos cucharadas de azúcar, y rebozar en esta mezcla las rebanadas usando uno o dos tenedores para darles la vuelta y pasarlas luego a la sartén con el aceite ya caliente. Hacerlo con la manos, habiendo huevos por medio, es una guarrería que solo puede perdonarse a Jamie Oliver.
Dorar las torrijas y pasarlas a la fuente de servicio, donde las cubriremos con un jarabe que habremos previamente preparado disolviendo dos generosas cucharadas de miel de romero en dos copas de PX. El resultado tiene que quedar con la consistencia del jarabe, es decir no excesivamente líquido, y con un color caoba oscuro.
En la foto está servida en una vajilla Carlos III, con su escudo borbón - que sigue siendo el de España - y el borde dorado. Me imagino al buen rey, que como saben fue el mejor Alcalde de Madrid, atacando su torrija después de haber tenido la ocurrencia de rociarla con su vino de postre dulce. Qué buena idea, ¡si es que además está riquísima, gracias Salvador!
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