Zoe

viernes, 13 de agosto de 2010

NGORONGORO CRATER


Dar es Salaam ha cambiado mucho. Tanto que me hizo sospechar que lo que encontraría en el Ngorongoro sería también muy diferente. Me acuerdo del amanecer a las 6 de la mañana en un mes de junio de 1982, tomando un té en el balcón de la habitación colgada del borde del cráter, tras ponerme morado la noche anterior de kongoni (una especie de supergacela con cornamenta que se asemeja a una vaca en dimensiones). A un silencio sepulcral, tras los primeros rayos de sol, siguió toda una cacofonía procedente del fondo del cráter, cuya vida salvaje se despertaba a un mismo tiempo. El espectáculo del cráter, de 12 kilómetros de diámetro y donde se encuentran reunidos casi todos los huéspedes del arca de Noé, es inolvidable y una de las pocas maravillas que se deberían conocer en este mundo. Entonces salías por tres duros en un albergue estatal. Hoy por 1.000 dólares por persona y noche en el mejor hotel al borde del cráter.

Me alegré de haber previsto otro plan, porque el cambio climático (existe, he visto como se han fundido las míticas nieves del Kilimanjaro) no solo está provocando una disipación más tardía de las nieblas del cráter debido, en mi opinión, a que el aire frío de su interior se ve detenido antes de tiempo por la inversión térmica, sino también que los monzones del Índico se desborden y causen nubosidades y lluvias impensables en otro tiempo en esta época del año. Por eso, preferí alojarme antes y después de la ascensión y descenso al cráter en un albergue situado en la falda del volcán, el Plantation Lodge. Vean la choza que nos dieron para pernoctar ese par de días




Una granja equipada de estufa alimentada con madera, y de todo tipo de comodidades. En una antigua plantación de café, rodeados de pájaros y atendidos como príncipes. No se me olvidará la música de Serrat y de Los Sabandeños con las que convivimos durante nuestra estancia, como tampoco los cánticos gregorianos del Monasterio de Silos que envolvieron nuestros desayunos. Como tampoco se me olvidará la pierna de cordero con una salsa que ya me gustaría poder hacer yo mismo, intensamente sabrosa y con un gusto ahumado que solo pueden dar las brasas cuando lamen la grasilla que suelta el ajo. Un filete chateaubriend tierno y jugoso, junto a unas Margaritas perfectas, agitadas por un barman que conoce también la fórmula para evitar la decadencia medioambiental del cráter del Ngorongoro, fueron otras muestras del extremo cuidado con que se gestiona este albergue, rayando en la perfección absoluta. Cesped inglés, plantaciones masivas de orquídeas, piscina impoluta, y ni una bombilla fundida. Y encima, una ambientación histórico - étnica de tan buen gusto, basada en maderas nobles y paredes encaladas, que dejaría en pañales a mucho decoradores españoles.

Y lo que me pude reir el día en que subimos al cráter. Estaba tan nublado que los que pagaron sus miles de dólares por dormir y madrugar arriba solo vieron niebla al amanecer, y nosotros el cráter despertándose, pero un par de horas más tarde. Si es que...





Este es el fondo del cráter, que encontré mucho más seco que en los años ochenta. Por ese motivo, jirafas y elefantes habían subido sus laderas en búsqueda de vegetación fresca y agua. Los rinocerontes estaban desaparecidos, dicen que por el viento frío de la época. Pero alguno vimos,y el resto de bichos estaban por allí: leones, cheetas, búfalos, cebras, gacelas Thompson, gacelas Grant, ñus, kongonis, hipopótamos, monos, hienas, gallinas de guinea, avestruces, flamencos rosas, cigüeñas y marabús.

Me extrañó que pudiéramos encontrar con relativa facilidad tanto animal. En los ochenta estábamos dos Land Rover en el cráter, en esta ocasión más de 50 4x4 repletos de guiris disfrazados de Indiana Jones o de explorador Livingston, que se seguían a toda velocidad hacia un mismo sitio en cuanto uno de los guías alertaba por radio o móvil de un avistamiento interesante. Menos mal que nuestro chófer tenía instrucciones de hacer el itinerario habitual pero al revés... durante seis horitas en vez de las cuatro que se aguantan habitualmente.

En fín, después de tanta emoción que menos que pasar un momento de relajo en una playa del Océano Índico, en concreto la del Club Naútico de Dar es Salaam del que soy socio desde hace treinta años...


Sin medusas ni erizos, de agua y arenas limpias. Asegurado el gin-tonic a la caída de la tarde en el bar contiguo a la playa - denominado 'puesto de mando' - mientras empiezan a esparcirse los aromas de la barbacoa de pescado recién sacado del agua. Que pena que en vez de la gente guapa de antaño con su smoking abunden ahora los sudafricanos ruidosos y borrachuzos, con sus ruidosas proles correteando, generalmente descalzas y sucias.

Hay quien prefiere sestear en una playa en Zanzíbar. A mí no me va, es otro puñado de dólares por hacer lo mismo que al lado de casa. Por cierto, a quien quiera visitar las atracciones turísticas de ese archipiélago, puedo proporcionarle los datos de un guía de fiar que le llevará por las ocultas maravillas de la isla, incluida la visita a las plantaciones de especias y a la ciudad vieja de la era de los sultanes. Aunque yo preferiría hacer submarinismo en el parque natural marino de la isla de Mafia, a una media horita de avión del aeropuerto de Dar es Salaam. Ver peces de colores y corales, y cabalgar a lomos de una tortuga marina gigante... hasta que te falle la respiración si bajas sin botella. No dejan llevar los fusiles de aire comprimido pero tampoco hacen falta arpones para sobrevivir como en los años ochenta, ahora te dan de comer, y bastante bien, en los tres albergues con que cuenta la isla. ¡Karibu!